lunes, 8 de septiembre de 2025

BONO

BONO vivía en el terror. Desde que nació hasta que llegó a mi lado, es una vida que ha estado 8 años sufriendo. 8 años de maltrato, de sufrimiento, de indiferencia. 8 años machacado . 8 años son muchos en la vida de un gato. Es casi la mitad de su vida. Es como si a una persona le quitan los primeros 40 años de vida. BONO es un gato que hasta su madurez no ha sabido lo que es el amor. Poco se sabe de ese tiempo. Estaba en una casa donde el dueño no se preocupaba de él. Donde habían otros gatos que le atacaban y le hacían la vida imposible. Por suerte, esa persona finalmente buscó ayuda. En medio de muchas mentiras, pero afortunadamente acudió al lugar apropiado Lo cierto es que gracias a Carmen y a Javi, que cuando tuvieron conocimiento de su situación se interesaron en encontrarle un hogar, ahora Bono está renaciendo y empezando a disfrutar y conocer lo que es vivir. BONO tiene amor y espacio.
Yo buscaba adoptar un gato. Hacía pocas semanas que me había instalado en Asturias. Y a través de Facebook, acabé sabiendo de Bono. Me puse en contacto con Carmen, y después de varios días de conversaciones, consiguieron irá buscar a Bono, llevarle al veterinario para que le hiciera una revisión completa, insertarle el chip y traerlo conmigo. Javi lo trajo a casa el día 25 de noviembre de 2024. Llegó en el transportín medio dormido todavía por los efectos de la anestesia. Javi abrió la puerta y Boni, asustado y estresado, salió del transportín. No sabía dónde estaba. Asustado, salió de la cocina corriendo y buscando donde esconderse. Después de recorrer el piso, acabó escondido en la bañera. A partir de ese momento ya fue responsabilidad mía conseguir que Bono recuperase su vida. En la cocina ya le había dispuesto su comedero con pienso y agua limpia. Y en el baño, el arenero. Yo dejé que se fuera relajando y al cabo de un tiempo, salió tímidamente del baño y volvió a la cocina. Se sentía extraño. Un lugar nuevo. Otro humano. Yo. Le empecé a hablar en la distancia, con suavidad. Sin agobiarlo. Y dejé que él poco a poco explorarse esa nueva situación en su vida. Pasaron horas. Le concedi su espacio y su tiempo. Tenía miedo. Si yo me movía, se escondía. Finalmente encontró un lugar seguro para él. Se escondió debajo del xifonier de mi habitación. Me costó encontrarle. Increíble cómo logró entrar allí debajo. Apenas tenía espacio, por lo que opté por sacar el primer cajón para que estuviera más cómodo.
Los primeros días, no se dejaba ver. Permanecía horas y horas en su escondite. Sólo por la noche salía para comer, beber, ir al arenero y explorar el nuevo espacio en el que se encontraba. A mí no me dejaba ni acercarme. Me bufaba. Y yo dejé que poco a poco, sin prisas, se fuera acomodando a su nuevo sitio. A lo que es ahora su hogar. Y como no, que se fuera acostumbrado a mi presencia. Le coloqué una manta cerca del xifonier, donde le iba poniendo chuches, para que se fuera adaptando. A los picos días ya dormía encima de la manta. Pero al menor movimiento mío, volvía a esconderse. Poco a poco se fue acostumbrando a mi presencia. Iba saliendo más a menudo a explorar la casa. Si yo estaba en el sofá, se paraba en la puerta de la salita y me miraba. Aproximadamente a los 20 días de estar en casa, cuando yo me iba a dormir, él salía del escondite y pasaba la noche durmiendo en el sofá. Justo donde había estado yo. Muy buena señal. Le puse otro comedero en la salita, y tímidamente, aunque estuviera yo, se acercaba a comer y a beber.
La llegada del año nuevo trajo más avances. Le gustaba estar donde yo había dejado huella. Empezó a subir a la cama. A meterse dentro de las sabanas para dormir. Me estaba cogiendo confianza y me empezaba a aceptar. Pero todavía no dejaba que me acercará a él. No fue hasta mediados del mes de febrero, que se dejó acariciar por primera vez. Ya empezó a confiar en mí. Se subía a la cama y se acercaba y se dejaba acariciar. Muy tímidamente. Casi 3 meses tardó. Con mucha paciencia. Consegui lo que yo había pensado que costaría más en llegar. Ya me había aceptado. A partir de ese momento Bono ya sabía que podía confiar en mí. Yo le daba tiempo. No le agobiaba. Yo le hablaba y el se quedaba mirándome. Y así fue como empezamos a entendemos. Empezó a pedirme cosas. Al principio yo no sabía qué quería, pero yo fui aprendiendo el significado de sus tímidos y dulces maullidos. Ahora ya se cuando quiere entrar bajo las sabanas, cuando quiere chuches y cuando me ordena que me acueste. Sí. Tal cual. Yo de noche en la salita viendo la televisión y Bono viniendome a buscar. Es impresionante.
Han sido, y serán, muchas horas de esfuerzo, de comprensión, de cariño, de amor, de complicidad. De concederle su espacio. De darle a conocer que aqui tiene todo lo que nunca habia tenido en su vida. Un hogar. Un humano que está por él, que le cuida, que le mima, que le entiende. Que le da libertad. Que no le agobia. Que no le grita. Que no le pega. Como todos los gatos, Bono duerme muchas horas al día. Pero ya se entretiene subiendo a su árbol para mirar al exterior. Ver otros animales en el campo de enfrente de casa. Acomodarse donde quieres y cuando quiere. A tener sus comederos. Su comida. Sus latitas. Sus chuches. Su VIDA. Y justo hace 2 días, ha empezado a aprender a jugar. Hasta ahora nunca ha hecho caso a sus ratoncitos, sus pelotitas. Apenas les ha hecho caso. No sabe todavía lo que es jugar. Y todo ha empezado casualmente con una cuerda de mis gafas. Se me salió de una varilla y se puso a jugar con el cordel. Automáticamente lo saqué de la otra varilla y provoqué el juego. Me quedé asombrado. Ahora me toca seguir. Practicar ese y otros juegos con él,
Me queda mucho todavía. Muchas horas y días. Pero poco a poco estoy consiguiendo mi objetivo. Devolverla la Vida a Bono. Gracias Carmen. Gracias Javier. Besos y Abrazos.

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